
Algún día, platicando con Sergio Garibay, un fotógrafo que respeto y estimo mucho, me hacía ver que le resultaba muy extraño oír a alguien decir que es fotógrafo y no verlo cargar su cámara todo el tiempo.
Veo la validez del comentario y creo saber a lo que él se refería; sin embargo, entonces como ahora, sigo aceptándome como un fotógrafo que no cumple con ese requisito.
Esta anécdota viene al caso, pues la idea de este blog es la de platicar y mostrar mi forma de hacer imágenes, así como lo que me interesa del arte y sus manifestaciones, que siempre tendrán que ver con la vida misma.
Así pues, debo confesar que a pesar de mis intentos por tener un celular con una cámara decente (no es por presunción , sino para manifestar que no he logrado ese cometido), es muy extraño que yo lleve un artefacto para tomar fotografías.
No critico a quienes lo hacen, es más, puedo decir que muchas veces me da envidia ver a alguien por la calle con su cámara al cuello y que me arrepiento por los espacios prolongados en los que he dejado de tomar imágenes.
Sin embargo, debo decir que no soy un fotógrafo que esté al acecho de una buena toma, en mí, las imágenes nacen en mi cerebro. Hay cosas que las detonan, que las hacen germinar, digamos, sí, no es una manera cursi de explicarlo, es muy parecido a lo que me pasa.
Inician como algo pequeño e intermitente, después crecen y demandan más atención y más tiempo, hasta que finalmente me veo obligado a tomar la cámara y salir a encontrar eso que he estado pensando.
Es extraño, pero sólo cuando trabajo de esta manera, que afortunadamente sucede con buena frecuencia, me siento contento con los resultados. Ni modo, ese tipo de fotógrafo soy.
Cuando pienso en esto, recuerdo un fragmento de un libro que me fascinó y que de alguna manera explica un poco lo que me pasa cuando realizo mi trabajo, aquí va:
“Son gente que desde siempre tuvieron ese instante impreso en su vida. Y cuando eran niños, podías mirarlos a los ojos y, si te fijabas bien, ya veías América preparada para saltar, para deslizarse por los nervios y la sangre y yo qué sé”.
Sí, es de Novecento, de Baricco, adoro el libro. Detesto la película.
Veo la validez del comentario y creo saber a lo que él se refería; sin embargo, entonces como ahora, sigo aceptándome como un fotógrafo que no cumple con ese requisito.
Esta anécdota viene al caso, pues la idea de este blog es la de platicar y mostrar mi forma de hacer imágenes, así como lo que me interesa del arte y sus manifestaciones, que siempre tendrán que ver con la vida misma.
Así pues, debo confesar que a pesar de mis intentos por tener un celular con una cámara decente (no es por presunción , sino para manifestar que no he logrado ese cometido), es muy extraño que yo lleve un artefacto para tomar fotografías.
No critico a quienes lo hacen, es más, puedo decir que muchas veces me da envidia ver a alguien por la calle con su cámara al cuello y que me arrepiento por los espacios prolongados en los que he dejado de tomar imágenes.
Sin embargo, debo decir que no soy un fotógrafo que esté al acecho de una buena toma, en mí, las imágenes nacen en mi cerebro. Hay cosas que las detonan, que las hacen germinar, digamos, sí, no es una manera cursi de explicarlo, es muy parecido a lo que me pasa.
Inician como algo pequeño e intermitente, después crecen y demandan más atención y más tiempo, hasta que finalmente me veo obligado a tomar la cámara y salir a encontrar eso que he estado pensando.
Es extraño, pero sólo cuando trabajo de esta manera, que afortunadamente sucede con buena frecuencia, me siento contento con los resultados. Ni modo, ese tipo de fotógrafo soy.
Cuando pienso en esto, recuerdo un fragmento de un libro que me fascinó y que de alguna manera explica un poco lo que me pasa cuando realizo mi trabajo, aquí va:
“Son gente que desde siempre tuvieron ese instante impreso en su vida. Y cuando eran niños, podías mirarlos a los ojos y, si te fijabas bien, ya veías América preparada para saltar, para deslizarse por los nervios y la sangre y yo qué sé”.
Sí, es de Novecento, de Baricco, adoro el libro. Detesto la película.